Reseña de álbum “The Shit ov God” – Behemoth (2025): El hedor del cadáver que aún pretende ser dios

The Shit ov God

Behemoth
Nuclear Blast (9 de mayo de 2025)

Blasfemia domesticada en tiempos de algoritmo

Behemoth ya no es un acto musical. Es una pantomima fosilizada, un cadáver maquillado que se sacude en la farsa del mercado. The Shit ov God es el vómito frío de una blasfemia domesticada, la deyección ritualizada de un demonio sin intestinos. Nergal se pasea por este disco como un profeta sin lengua, un simulacro de sí mismo que ni siquiera logra escupir con rabia, sino que lame las cenizas de sus propias invocaciones pasadas. Ya no hay herejía: solo una estética institucionalizada del infierno. Behemoth no insulta al cielo, sino que lo adorna para seguir vendiendo entradas.

Esto no es música, es la coreografía necrofílica de un espíritu mutilado que baila sobre su propio cráneo. Las atmósferas son frías no por infernales, sino por vacías. Las guitarras son cuchillas sin filo: hacen ruido, no sangran. Las voces de Nergal no invocan, balbucean. El disco entero huele a maquillaje ceremonial, a incienso podrido, a liturgia sin peste. Este no es un ataque a lo sagrado, es su souvenir. Behemoth ya no grita con hambre de abismo, ahora habla como un presentador de museo sobre lo que alguna vez fue el fuego.

Artaud quería un arte que descompusiera al cuerpo desde sus órganos, que vomitara en el rostro del espectador. The Satanist lo entendía: era peste, era desgarro, era espasmo. The Shit ov God en cambio es silencio recubierto de sangre sintética. El único demonio que queda aquí es el del marketing. Esta blasfemia se ha convertido en un producto de boutique: letras edgy que ya no amenazan, riffs procesados como alimentos para mascotas, y visuales que buscan el like, no la combustión. La herejía ya no es un acto, es una marca registrada.

Los únicos momentos donde el cadáver se sacude con algo de reflejo vital —“Nomen Barbarvm”, “O Venvs, Come!”— no brillan por sí mismos, sino porque remiten a la sombra de una sombra. Son ecos huecos de antiguos conjuros, imitaciones febriles de una espiritualidad que ya se ha escapado. Son marionetas de madera que intentan reproducir un orgasmo. No hay carne. No hay alarido. Solo el zumbido metálico de un alma que ha sido vaciada, vendida, comprada y ahora reproducida como fondo sonoro de una marca.

Esto no es vejez. Es auto-disecación. Behemoth ya no respira porque ha optado por plastificarse en una estética para el algoritmo. No hay riesgo. No hay transgresión. Solo un catálogo de gestos heredados. Esta no es la obra de un artista. Es la operación de un cirujano que extirpa lo monstruoso y deja solo el molde. Nergal ya no escupe en la cara del dogma: lo firma como colaborador invitado. “The Shit ov God” no es un acto de blasfemia, sino una misa para el influencer satánico promedio. Lo sagrado, aquí, no ha sido violado. Ha sido imitado hasta el tedio.

Artaud suplicaba que el arte fuera peste, no representación. Que destruyera los pulmones y destrozara los intestinos del espíritu. Pero Behemoth hoy es solo representación de sí mismo, sin vómito, sin bilis, sin semen, sin dolor. Una mueca repetida frente a un espejo que ya no refleja. Han elegido la eternidad plástica en vez de la condena ardiente. Y en ese acto de comodidad, han traicionado su vocación más profunda. Lo blasfemo se ha vuelto protocolo. Y la sombra de Satanás ya ni siquiera se asoma: ha huido harta de tanta repetición.

A escuchar (si es que aún puedes sangrar):

  • “Nomen Barbarvm”: El único alarido que parece recordar que alguna vez existió fuego en estas entrañas. Caótico, con arrebatos de brutalidad que rozan lo sincero… antes de volver a la coreografía.
  • “O Venvs, Come!”: El eco degenerado de The Satanist. No es una invocación, pero al menos intenta. Se arrastra con una melodía que parece querer salirse del molde, aunque no lo logre del todo.
  • “Lvciferaeon”: Filosofía satánica en modo karaoke. Hay coros que funcionan y una estructura que insinúa el peligro. No estremece, pero molesta lo justo como para darle un par de vueltas más.
  • “The Shadow Elite”: No inicia una rebelión, pero tampoco bosteza. Es el prólogo fallido de una herejía que no se consumó. Aun así, entre tanto cartón, destaca por su atmósfera.

Veredicto final:

Behemoth ya no es una amenaza, es un souvenir de sí mismo. The Shit ov God no es un acto de transgresión, sino una representación ensayada de lo oscuro, una blasfemia plastificada que ya no chorrea sangre sino glitter. Es la misa negra convertida en playlist para quien quiere sentirse maldito sin despeinarse. Y eso duele más que un mal disco: es el anuncio oficial de que incluso el infierno puede volverse protocolo.

Este álbum no hiere, no contamina, no rompe. Es el demonio que aprendió a posar para la foto. Y aunque tenga momentos donde el cuerpo se sacude —casi por reflejo—, el alma ya no está ahí. Ha sido vendida en cuotas a cambio de permanencia. Nergal y compañía no han blasfemado: han cedido. Y lo que queda es una cáscara elegante, bien producida, con aroma a ceniza fría.

El infierno, aquí, se ha quedado sin fuego!

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The Shit ov God
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