El rock no muere de un día para otro, pero a veces se le ve en coma, sostenido por respiradores estatales y una nostalgia mal digerida.
Rock al Parque 2025, el festival gratuito más emblemático de América Latina, cerró en Bogotá bajo una tormenta literal y simbólica: lluvias implacables, escenarios semivacíos, inversión millonaria y una preocupante desconexión entre cartel, público y espíritu.
El balance es tan incómodo como inevitable. Con apenas 200.000 asistentes en tres días, el festival marcó su peor registro en una década, muy lejos de los 400.000 de 2019 o los 300.000 de 2024, cuando el Parque Simón Bolívar se llenó de leyendas como Deicide, Angra, Tarja Turunen o Fito Páez.
Caída de asistencia: Un síntoma de desgaste estructural
Año | Fechas | Artistas destacados | Asistencia |
---|---|---|---|
2019 | 29 jun – 1 jul | Sodom, Fito Páez, Angra, Santaolalla | +400.000 |
2022 | Nov – Dic | Watain, Épica, Discharge, Bajofondo | +280.000 |
2023 | 11-13 nov | In Flames, Overkill, Los Auténticos Decadentes | +300.000 |
2024 | 9-11 nov | Testament, Hypocrisy, Doctor Krápula | +300.000 |
2025 | 22-24 jun | Dismember, Belphegor, Hirax, Madball, Comeback Kid, La Derecha, Cuarteto de Nos | ≈200.000 |
Ni las pantallas LED, ni la mejora en sonido, ni las transmisiones oficiales ocultaron lo evidente: parte del público le dio la espalda al evento, y no solo por el clima. El problema es conceptual.
Un cartel seguro, pero carente de espíritu transformador
Aunque técnicamente solvente, el festival navegó tres días de música sin incomodar ni renovar.
Día 1: El rugido de siempre, la ausencia de una nueva canción
La jornada inaugural, tradicionalmente dedicada a los sonidos más pesados, ofreció un claro contraste de percepciones. El día cerró “con éxito”, con bandas como Black Pantera, Belphegor y Dismember que “reinaron” en sus escenarios. Se resaltó la energía de Black Pantera y la teatralidad de Belphegor, así como la conexión de A.N.I.M.A.L. en su quinta aparición y la potencia de Dismember al cierre. La presencia de actos experimentados como Hirax y Parabellum, así como los nacionales Tenebrarum y Reencarnación, también fue destacada. La ausencia de lluvia y la vitalidad de un público fiel, inmerso en su estética de cueros y taches, parecían validar el espíritu del festival.
Sin embargo, el festival se sintió como un desfile de “fórmulas agotadas” y nombres ilustres atrapados en su propio pasado, sin un presente que los justifique. A pesar del profesionalismo técnico incuestionable, brilló por su ausencia esa “epifanía”, ese destello de riesgo y transformación cultural que alguna vez definió al rock como algo más que entretenimiento. La imagen de amplias zonas del parque vacías no fue casualidad; es el reflejo de una escena que parece haber entrado en una “pausa emocional”, cómoda, repetitiva, carente de la urgencia disruptiva que solía ser su motor y su razón de existir.
Día 2: Entre la lluvia fiel y la desconexión de la esencia
El segundo día, dominado por una lluvia persistente, expuso tanto la resistencia del público como las tensiones estructurales del festival. En medio del clima adverso, se destacaron propuestas que apostaron por la experimentación y la diversidad sonora: la puesta en escena de Descartes a Kant con su fusión de rock y teatro de ciencia ficción, el cruce de géneros de Los de Abajo y el indie melancólico de El Mató a un Policía Motorizado ofrecieron matices distintos a la jornada. Incluso Los Cafres, con su repertorio clásico, lograron conectar puntualmente con los asistentes, pese al frío.
Sin embargo, esos momentos puntuales no lograron contrarrestar la sensación dominante de un festival en piloto automático. La programación, marcada por géneros insertados sin un hilo narrativo claro —como la inclusión aislada de bolero o cumbia sin contextualización— y colaboraciones que parecieron forzadas, priorizó el cumplimiento administrativo sobre una propuesta artística sólida. El resultado fue un ambiente de desconexión, con amplias zonas del parque vacías y una asistencia visiblemente inferior a la de ediciones anteriores.
Más allá de lo musical, la jornada evidenció deficiencias graves en la gestión de prensa y en la relación con los medios especializados. La disparidad en las acreditaciones, que favoreció a medios de difusión masiva sobre espacios dedicados al periodismo cultural independiente, se sumó a la ausencia de conectividad adecuada y a un diseño logístico que distanció a los artistas del público. La configuración del foso de prensa, sobredimensionado e innecesario, no solo afectó la dinámica del evento, sino que simbolizó una desconexión más profunda entre el festival y su audiencia.
Mientras se promocionaba una amplia cobertura vía streaming y redes oficiales, los periodistas en terreno se enfrentaron a limitaciones logísticas que obstaculizaron la generación de un relato crítico, independiente y profundo sobre el festival, comprometiendo la pluralidad de voces en uno de los eventos musicales más relevantes de la región.
Día 3: Un eco de esperanza, pero insuficiente para un alma en riesgo
El lunes festivo trajo un respiro y, para muchos, el punto más alto del festival en cuanto a convocatoria y conexión. El Cuarteto de Nos, desde Uruguay, logró congregar a una audiencia más numerosa y entregada, generando una comunión genuina a través de su set irónico y energético. Momentos con bandas como Piel Camaleón y otras propuestas locales también mostraron oficio y prometedora dirección artística.
Sin embargo, incluso este cierre, que fue el mejor de los tres días, no bastó para salvar una edición que en su conjunto se percibió más como un requisito burocrático que como una celebración cultural vibrante. La pregunta clave persiste: ¿Son suficientes estos destellos de calidad y convocatoria para justificar el modelo actual del festival y la cuantiosa inversión de recursos públicos por parte de Idartes? La respuesta, para las voces más críticas de la escena rockera colombiana, es un rotundo no.
Millones invertidos, poca innovación
Se estima que Rock al Parque 2025 superó los 8.000 millones de pesos en inversión. Sin embargo, el retorno cultural parece mínimo si la escena se estanca, la audiencia se reduce y la conversación global se diluye.
A nivel logístico, persistieron falencias: desconexión con medios especializados, internet deficiente, sistema de acreditaciones caótico, y una gestión que privilegió la transmisión oficial pero dificultó el cubrimiento periodístico profundo.
El futuro del Rock latinoamericano: ¿Inercia o caos creativo?
El estancamiento no es exclusivo de Bogotá. El rock latinoamericano atraviesa un letargo: festivales homogéneos, carteles nostálgicos, artistas sin propuestas disruptivas y un público que, entre apatía y desilusión, deja vacíos los espacios que fueron trincheras culturales.
El rock no necesita disfrazarse, necesita incomodar. Necesita volver a tener algo urgente que decir.
30 Años de Rock al Parque: La encrucijada del 2026
Con tres décadas cumplidas en 2026, el festival enfrenta su mayor reto:
- Curaduría disruptiva: Menos complacencia, más riesgo.
- Reconexión callejera: Cultura viva, menos subsidio anestesiante.
- Presencia internacional: Alianzas que realmente generen relevancia global.
- Revivir el espíritu: Provocar, incomodar y reconquistar nuevas generaciones.
El rock no muere, pero sin riesgo y rebeldía, entra en coma. Bogotá y Rock al Parque merecen algo más que nostalgia y un presupuesto inflado.
El tiempo de despertar es ahora.
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