Gruñidos de guerra, barbas trenzadas y melodías que flotan desde cuernos caprinos hacen sólo una pequeña parte de esta burbuja que aparta el mundo vikingo del resto del mundo y nos ofrece poder dar un vistazo a algunas costumbres del estilo de vida que se llevaba en las latitudes nórdicas hace unos 1500 años.
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En la campiña de Borre, a unos 100 km de la capital Oslo, se encuentra el centro y museo de herencia vikinga de Tierra Media, el cual hace de anfitrión de una cita anual denominada Midgardsblot. Música del mundo, rituales paganos en comunión con la naturaleza y metal son los conceptos clave allí.
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Los motivos de decoración tradicionales vikingos son convencionalmente reminiscentes de las armas, escudos, talismanes y simbolismo Edda. El pueblo septentrional que habitó los territorios de las actuales de Europa del norte, Rusia, y algunas islas en el Océano Atlántico boreal ha sido objeto de múltiples adaptaciones en narrativas recientes; por ejemplo, series de televisión (Norsemen en Netflix, 2016; Olafo, el Amargado de Producciones Hanna-Barbera, 1989) o anime (Thor el Poderoso de Animaciones Grantray-Lawrence; Vicky la vikinga de Ziuyo Enterprises, 1974). Y para esta ocasión se ofrece un sinnúmero de actividades que pretende mantener y fomentar la memoria de este pueblo con la idea de que se preserven y enseñen a las generaciones más jóvenes.
Entre algunas de las más divertidas están el tiro al blanco con arco y flecha y hacha, la transcripción de nombres al alfabeto rúnico y la forja de herramientas básicas en la aldea que recrea el ambiente rural de la época. En los intermedios de cambio de agrupación en la tarima principal se hace una muestra cultural de batallas y marchas vikingas. Para aquellos que deseen, se ofrecieron pintura facial y trenzado de varios estilos con la venta de los accesorios y atavíos correspondientes.
Alternando con las tablas centrales, se encuentra un recinto en madera Gildehallen que es una reconstrucción abierta en 2013 y emula un salón de armas de la época. En sus alrededores se consagra una tierra que se usó para sepelios de honor entre los años 600 y 900 D.C. y en el que se han hecho significativos hallazgos arqueológicos que dieron forma a la herencia cultural noruega y nórdica.
El complemento perfecto para el aire histórico que se respira en el área del festival está a cargo de la pesadez y contundencia de un cartel bastante variado. La cuota étnica la encabezó sin duda alguna el afamado localmente Einar Selvik, que dándole protagonismo a la lira de Kravik, el arpa de cuerda frotada y el cuerno de chivo, charló los detalles de cada pieza al interpretarlas. Una de sus más conocidas tonadas, ‘Helvegen’, pintó un intersticio de melodías sutiles en medio de la estridencia de las distorsiones de guitarra con ganancia saturada. Su agrupación, Wadruna, ahonda exclusivamente en el tema de la cultura nórdica y su esoterismo pagano, y se dio a conocer gracias entre otras cosas a la serie de episodios temáticos de la serie de televisión HBO que narra las aventuras de Lodbrok.
Nytt Land de Rusia proyectó su oscuridad shamánica en especial con las diversas técnicas vocales ancestrales de la figura central femenina. Intercalando el estilo de canto Xöömei de Tuvá con secuencias de dulces melodías de contraste impecable y chillidos desgarradores, la pareja de Natasha y Anatoly inició esta entrega de misticismo a través del cálido viento de verano de la tarima auxiliar, Kaupangr. ‘Völuspá’ ostenta una percusión de marcha solemne que incita al trance de imaginar una comarca como la que se muestra en películas como El Señor de los Anillos o Corazón Valiente. Entre su repertorio no pudo faltar por supuesto un corte que se llame ‘Ragnarök’ y que le cante al fin del mundo. Lo interesante de esta agrupación es que intenta mantener el toque original de su inspiración en sagas antiguas escritas en islandés y la mayoría de sus títulos hacen uso de alfabeto nórdico antiguo.
Las apariciones intermedias arrasaron con las ondas del atardecer mientras muchos alzaban sus jarras de cerveza de jolgorio embriagado o mocionaban las olas del pogo con agresividad. Rotting Christ fue mi presentación predilecta principalmente por causa de su seguridad punzante desde tarima. Los protagonismos de cada uno de los integrantes fueron meticulosamente balanceados y el manejo de público destacó por encima de muchos pasajes de otras bandas. La sincronía casi coreográfica de los apoyos de cuerdas en el banquete infernal (‘Δαιμόνων βρώσις’) mantuvo los puños erguidos hacia el cielo. El carisma de los hermanos Tolis como figuras protagonistas logró poner a corear la introducción e interludio en ‘Noctis Era’.
Por su parte Ensiferum, que tenían maquillaje apropiado al espíritu guerrero del certamen, movió los remolinos de gente al son de sus himnos. Su repertorio trasegó desde el inquieto picoteo guitarrístico de ‘For Those About to Fight for Metal’, pasó por los coros al unísono de ‘Twilight Tavern’ y atterrizó en el tinte folclórico y la tormenta percusiva de ‘Lai Lai Hei’.
Los actos de cierre en la tarima principal estuvieron a cargo de Dimmu Borgir y Watain. La carta triunfante de estos dos estandartes de metal oscuro escandinavo contó con un despliegue escénico que no escatimó en recursos. Los montajes y producción de las dos agrupaciones sellaron con funciones intachables las dos jornadas del escenario Valhalla. El ícono noruego brilló especialmente durante la apertura, que se dedicó a 2 cortes de su última placa ‘The Unveiling’ e ‘Interdimensional Summit’. Su actuación incluyó una versión de ‘Teloch’ de Mayhem e hizo un emotivo recuento retrospectivo de su posicionamiento en la arena metalera mundial en el año 1997 con ‘Mourning Palace’ al cierre.
La pared de amplificación de la escuadra sueca ardió literalmente en llamas mientras la crudeza de ‘Nuclear Alchemy’ y las profundas guturales de ‘Malfeitor’ alcanzaban a los oídos del público asistente. Su acto incluyó una especie de ritual que involucró el uso de un cáliz, una antorcha y su ya habitual altar frente a la batería. Las dos presentaciones se asemejaron en el aspecto ígneo predominante que hizo parte de la ambientación a los temas más emblemáticos de las respectivas propuestas escénicas. Los arreglos de luces y los patrones visuales del fondo compaginaban con la decoración que recreaba el infierno.
Como conclusión podemos resaltar la dedicación que presupone el mantener un evento que recrea todo un estilo de vida y lo hace como documentación viva de la memoria histórica autóctona de un grupo humano que se atrevió a cruzar sus propios límites. Debemos decir que muchas de las charlas que se agendaron en el museo daban cuenta de componentes vitales para la formación de la identidad de los pueblos, aplicable no sólo a los pueblos nórdicos, sino también a cualquier expresión cultural que haya tenido gran representación en otras regiones del mundo. Fue una sorpresa grata ver que los conferencistas habían trabajado en actividades de investigación y preservación de memoria en ambientes académicos promovidos por organizaciones universitarias en Noruega. También podemos mencionar que durante la ceremonia de cierre el tinte de adoración a la naturaleza fue evidente y la solemnidad con la que se llevó a cabo marcó una onda de seriedad reflexiva. Es difícil dejar de especular o preguntarse cuándo se promoverá un evento similar en las regiones Latinoamericanas incluyendo un componente pedagógico de conocimiento práctico que incluya prácticas ancestrales y promulgue un sentimiento de pertinencia e identidad cultural e histórica… Por lo pronto podemos recomendar la visita a la bahía de Borre en el municipio de Horten para experimentar la onda vikinga más de cerca y de paso disfrutar de las presentaciones de grandes bandas.
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